jeudi 25 décembre 2008

Des Espagnols sur le front de l'Est

LA DIVISIÓN AZUL

Gustavo Morales

Luis E. Togores


Esfera de los Libros, 432 p., 49 euros, ISBN 9788497347791.


Le sort des 50 000 espagnols qui se sont battus sur le front de l'Est entre 1941 et 1944 aux côtés de leurs camarades allemands, italiens, russes et français, est un des grands oubliés de l'histoire espagnole contemporaine. incorporés au sein de la division 250 de la Wehrmacht, ces Espagnols ont perdu 5000 des leurs loin de leur pays.

Avec plus de 700 photographies originales, nombre d'entre elles inédites, les auteurs dévoilent le visage de ces trois années de guerre contre l'Armée rouge telles que les ont vécues les volontaires.

Du recrutement au retour des derniers prisonniers à bord du Semiramis en 1954, une page de l'histoire contemporaine de nos voisins que l'on ne risque pas de voir publiée en France.

Voici le compte rendu d'Alvaro Cortina que publie le quotidien El Mundo :

Héroes de Rusia: costumbrismo del infierno
La esfera de los libros publica un libro de fotografías de los divisionarios



MADRID.- Franco tenía que corresponder el favorazo bélico de la lluvia de hierro de la Legión Cóndor alemana, pero su prioridad era ser neutral. O sea, que había que ayudar a Hitler, pero de una discreta forma no oficial. Solución: la División Azul.

Un ejército de voluntarios (47.000) con ganas de comer terreno a los ateos rusos de Stalin. "Políticamente, fue una acción militar crucial, pues gracias a ellos mantuvimos la valiosa neutralidad en la II Guerra Mundial", dijo el periodista José Javier Esparza, en la presentación del libro 'La División Azul. Las fotografías de una historia' (La esfera de los libros), de Gustavo Morales y Luis Togores.

Las fotos del libro dan cuenta de todo, aparte del color rojo de la sangre y del azul divisionario. Unos pies de foto son "Un zapador utiliza un lanzallamas durante un salato en el frente de Leningrado", o "Un sargento dispara un mortero desde una posición fortificada mientras los servidores aguantan los palos del bípode de la pieza", y otras, "la tropa charla junto al fuego". O sea, costumbrismo en el infierno, donde la gente, sorprendentemente, ríe y canta y hasta baila.

El co-autor Togores resaltaba que en casi todas las fotografías, los voluntarios sonríen, y el ambiente es entrañable, hasta festivo, entre cacerolas, caballos y ametralladoras MG34. "A los rusos les extrañaba que hubiera ruido al otro lado", comentó Togores, en la presentación del libro en la Universidad San Pablo-CEU.

Por su parte, Gustavo Morales (el otro autor) subrayó el carácter voluntario y heróico de los combatientes. Sus esfuerzos salvajes frente a los soviéticos, frente a los mosquitos del estío y el mordisco polar del invierno. "En Afganistán puede haber soldados españoles que no sepan por qué están allí, pero todos los de la División sabían a qué iban".

Heterogeneidad en las tropas

Iban gentes de todo tipo, desde convencidos anti-comunistas hasta jóvenes con mal de amores (como José Luis Berlanga). Morales comentó el caso del conde de Montergo, que se alistó con su mayordomo, y que, siendo soldado raso, estuvo a las órdenes de su criado, que era sargento.

La División dirigida primero por el general Agustín Muñoz Grandes y después por Emilio Esteban Infantes, entre 1941 y 1943 (casi 5.000 muertos, 8.000 heridos), inspiró en José Javier Esparza encendidos elogios históricos. La comparó con los Tercios de Flandes y con los patriotas de la Guerra de Independencia.

"La aparición de este libro tiene algo de provocador hoy en día, pero es una provocación bienvenida", aseveró Esparza, "pues se trata un episodio muy importante. Con él, sangre que es la nuestra regó los campos de la mayor fruerza totalitaria de la Historia".


Voici le début du livre :

La renuncia a tomar Gibraltar fue, sin lugar a dudas, uno de los mayores errores estratégicos del III Reich durante la II Guerra Mundial. Seis décadas después de finalizada la guerra, sabemos que la mejor defensa que tuvo España de su independencia, uno de los motivos que permitió librarse a la Península Ibérica de sufrir el azote de la guerra fue la participación de 47.000 españoles, bajo las banderas de la Alemania nazi, en los combates del lejano Frente Ruso. Aquellos españoles que fueron voluntarios a luchar contra la Unión Soviética y que llevaban en su corazón el odio contra el comunismo y, muchos de ellos, la decidida voluntad de quitar de una vez para siempre la bandera británica de Gibraltar, con su sangre –terrible contradicción- lograron salvar a su Patria de la guerra y seguramente se convirtieron en los mejores defensores de la permanencia de los británicos en el Peñón y en artífices indirectos de la derrota de la Alemania nazi. Bloquear el Mediterráneo en el Estrecho suponía quitar a Gran Bretaña el control marítimo de todo el sur de Europa, el norte de África y el Próximo Oriente. La llave del Mediterráneo occidental permaneció a lo largo de toda la guerra en manos de británicas y, en menor medida, españolas, gracias a que Hitler finalmente no se decidió a invadir la Península.

La España de Franco, una España con un indudable fascinación por el modelo de estado totalitario e inequívocamente anticomunista, en 1939, tenían puestas sus simpatías en el Eje. Pero una cosa era tener simpatías y admiración por Alemania y sus aliados, y otra muy distinta era entrar en una guerra de las dimensiones de la II Guerra Mundial, cuando aún no estaban cicatrizadas las heridas de la recién terminada guerra civil y al no estar claro los beneficios que se podían obtener por entrar en la guerra.

Unas semanas antes de empezar la guerra Franco pronosticó ante Girón la victoria de los Aliados, gracias a la intervención de los Estados Unidos: los inagotables recursos humanos y de materias primas, unidos a la incuestionable superioridad industrial de los Estados Unidos sobre Alemania darían la victoria a los Aliados. La simpatía y admiración por los alemanes no era algo exclusivo de Franco, estaba presente en todos los miembros de Falange y en la práctica totalidad de los militares españoles, así como en una inmensa mayoría de la población civil pronacional. Sus sentimientos y forma de pensar les hacían mostrarse partidarios de la Italia fascista y de la Alemania de Hitler, ya que no podían olvidar que habían ganado la Guerra Civil gracias al total apoyo de ambas naciones.

Las reservas mentales de Franco en relación a intervenir en la guerra quedaron en gran medida pulverizadas como consecuencias de la fulminantes victorias de la Wehrmacht primero sobre Polonia y luego sobre los ejército francés –del que se decía que eran los más poderosos del Continente- junto con los de otras pequeñas naciones europeas. Inglaterra había logrado salvar una parte de su ejército, tras la milagrosa retirada de Dunkerque, y únicamente confiaba para salvar su independencia en el Canal de la Mancha, defendido por sus buques de guerra y aviones. Si la infantería alemana lograba cruzar el pequeño brazo de mar que separaba las Islas Británicas del Continente. Inglaterra desaparecería para siempre.

La admiración de militares y falangistas por el III Reich y sus fuerzas armadas se vio acentuada como consecuencia de la decisión de Hitler de romper el pacto contra natura Ribbentrop – Molotov, concertado entre el Régimen Nazi y la Rusia de Stalin, para repartirse Polonia. Un pacto que no había gustado nada en España pero que no había logrado romper los lazos que en aquellos años unían a Madrid con Berlín.

El 22 de junio de 1941 las aguas de la guerra volvían a su cauce natural. Alemania, rompía inesperadamente con los soviéticos y se lanzaba a la conquista de Unión Soviética. Tres millones de soldados alemanes, juntos con soldados amigos de Finlandia, Hungría y Rumania, violaron la frontera rusa. Comenzaba la Operación Barbarroja, una ofensiva que se iba a desarrollar a lo largo de un frente de 2.400 kilómetros entre el Báltico y el mar Negro. En ningún país de Europa la declaración de guerra del III Reich a Rusia causó tanta impresión y alegría como lo hizo en España, especialmente porque a la prensa azul le había sido difícil encajar el pacto inicial con Stalin.

La poderosa maquina militar de la Wehrmacht se puso en movimiento. Tres grandes grupos de ejércitos se lanzaron al combate: Por el norte, el Grupo de Ejércitos del mariscal Von Leeb con destino a Leningrado; por el centro las divisiones de Von Bock con destino Moscú; hacía el sur, contra Ucrania y los campos de petróleo del Caucaso, el Grupo de Ejércitos del Sur de Von Rundstedt. Su avance parecía imparable. Las divisiones rusas desaparecían ante el empuje de los panzer. En dos semanas la maquina de guerra alemana había destruido 91 divisiones soviéticas.

A los dos meses de campaña los alemanes habían profundizados 700 kilómetros en territorio ruso, estando sólo a 300 kilómetros de Moscú. ¡Alemania era invencible!

Estas victorias provocaron que los sectores más belicistas del Ejército español y de la Falange reclamasen con mayor brío la intervención en la guerra: Sí España quería ocupar el puesto que se merecía en el nuevo orden internacional tenía que entrar de forma inmediata en el conflicto. Además resultaba obligado devolver a Stalin la visita de sus Brigadas Internacionales.

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