Une vision traditionnelle du gaucho argentin.
En las Naciones del Plata se denomina gauchos a los hombres de campo que habitan las pampas, dedicados a la ganadería. Aunque se consideran blancos y están orgullosos por este título, pertenecen sin embargo mayormente a la casta de los mestizos y a través de la convivencia con mujeres indígenas contribuyen a que la población de las provincias del interior se acerque cada vez más al prototipo de los pobladores autóctonos, a quienes de todos modos se asemejan sobremanera en costumbres e idiosincrasia. Así como estos rudos hijos de la naturaleza, los gauchos también tienen pocas necesidades. Viviendo en un clima donde no existe la preocupación por una vestimenta y una vivienda cálida, se conforman con sencillas tolderías confeccionadas frecuentemente con pieles, y sus enseres también están confeccionados acorde a ello. Familiarizados desde la infancia con caballos, y de ahí jinetes tan intrépidos como incansables, los gauchos son contrarios a cualquier otra locomoción que aquella a caballo. Mujeres y niños comparten por costumbre con los hombres la mayor parte de las tareas de una vida sumamente cruda según la concepción europea. Pocos pueden leer. Escribir es para ellos un gran mérito. Si bien los gauchos profesan el catolicismo, les falta sin embargo toda comprensión de las enseñanzas religiosas, y mucha de la superstición proveniente de los indígenas sigue totalmente vigente entre ellos. No obstante, le dan mucha importancia a la santa sepultura y en tiempos de paz acostumbran llevar a sus convalecientes desde lejos a la casa del cura. Joviales, agradables, bondadosos y hospitalarios, enojados, sin embargo, son capaces de las mayores barbaries y persiguen a su enemigo con la sagacidad y tenacidad de los indígenas, con cuya sangre únicamente pueden saciar su venganza. Por un lado ellos mismos poseen pequeños rebaños, por el otro están al servicio de los propietarios de tierras ganaderas mayores, que más de una vez se extienden por muchas leguas cuadradas. Curtidos ya por su trabajo y renuentes a toda vida tranquila, en todo momento se encuentran dispuestos a unirse a un bando y perpetrar una incursión hostil. La guerra civil que hace treinta años azota las Naciones del Plata les dio oportunidad de satisfacer constantemente esta inclinación, pero también propagó una gran desmoralización entre ellos”.
Si en el comienzo de mis disertaciones doy esta opinión, digamos oficial, sobre el gaucho argentino, del modo en que estaba difundida hace exactamente cien años en Alemania y que en suma, no obstante algunas caracterizaciones adecuadas es sin embargo superficial y en parte errada, eso se hace para mostrar cómo cambió la imagen del gaucho como fenómeno social y literario con el correr de la historia y qué distinto es valorado hoy el gaucho dentro de la Argentina en su sustancia humana pero también como elemento formador de clases y de la Nación. Quizá es sintomático que en una época en que el hombre europeo comenzó a profesar en la vida y en la literatura una manera real de comportarse y de expresarse, sostenía sin embargo bajo el pretexto de un informe objetivo una opinión totalmente romántica del gaucho, sobre aquel nuevo tipo de hombre del suelo sudamericano cuya significación trascendía mucho la de un ganadero o de un ladrón. Y es a la vez significativo que en la misma época en que en Alemania casi no se conocía aún nada de la poesía de este gaucho, que en ese entonces ya había encontrado su expresión más importante en la historia de la literatura en dos apellidos -Hidalgo y Ascasubi-, prescindiendo totalmente de la lírica popular y folclórica, que hacia 1850 aún estaba en pleno auge en las Naciones del Plata. En las numerosas crónicas de viajes de los años treinta hasta los ochenta del siglo pasado casi no obtenemos otra imagen. Sólo tomamos conocimiento de que en Argentina y en Uruguay habría surgido una nueva clase social que ni siquiera podía ser integrada a la estructura social de la tradición europea, que era tan nueva y ajena al pensamiento europeo que dio rienda suelta a su fantasía, y con ello dio lugar a siempre nuevas interpretaciones erróneas. La posibilidad de tales interpretaciones erradas también estaba dada porque hasta aún entrado nuestro siglo la imagen del gaucho no era unívoca incluso en Sudamérica, sino que fluctuaba entre los extremos de simpatía y enemistad, entre ideal y realidad, entre héroe y ladrón o incluso fue contrapuesto a la civilización europea como símbolo de la “barbarie” -como en un famoso escrito del presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento-. Semejante polémica dentro de los círculos representativos de la cultural y determinantes de la política cultural argentina, que no se apaciguó durante décadas, fue sin embargo de significado y necesidad decisiva como para poder concebir recién en esta discusión la imagen del gaucho en su situación histórico-social y desde el punto de vista de la historia de la civilización, y para aclarar en su real e ideal contorno y radiación; un proceso de cristalización que permitió volver cada vez más evidentes los verdaderos valores culturales del gaucho y que recién parece haber culminado en la actualidad. Eso fue especialmente evidente en el “Primer Congreso Nacional de Folclore” que tuvo lugar en Buenos Aires en el año 1949, donde la figura del gaucho fue puesta de relieve una y otra vez en el debate. Y aquí también se vio con total claridad la extrema importancia de la literatura, la obra nacional poética, para dilucidar este problema, que realzó la imagen del gaucho desde la realidad de la vida y de la conformación de la opinión histórica a la esfera no menos viva de la verdad poética, una verdad que siempre emana de un motivo de creación conciente-inconciente de una naturaleza humana unida orgánica y espiritualmente, y que con ello excluye toda instrumentación, todo compromiso funcional a objetivos ajenos, siempre y cuando haya surgido pura y libre de la individualidad de una personalidad artística.
Nos preguntamos en primer lugar, sin embargo, ¿quién era este gaucho y porqué toda una época de la literatura nacional argentina recibe su denominación de él?
En el significado etimológico de la palabra ‘gaucho’ se nos aparecen las primeras dificultades en el camino. Raíces francesas, árabes, españolas o indígenas sirven para la explicación. De todas las explicaciones, la más aceptable, la de Robert Lehmann-Nitzsche, un literato alemán que trabajó por muchos años en Argentina, es la que expuso en su artículo “Das Wort gaucho” ["La palabra gaucho"] en el Bundeskalender 1929 de la Unión Alemana para Argentina, así como en el tomo aún no publicado de homenaje, dedicado O leite de Vasconcellos, y que proviene de una palabra ibero-gitana gachó, que fue tomada de un estadio intermedio *gaudshó ‘ajeno a la raza’ llevó al gaúdsho andaluz, que luego apareció en el Plata a fines del siglo 18 como gaucho con el significado de “bandido que vagabundea”.
¿Fue por lo tanto el gaucho en sus comienzos o al menos en los tiempos en que esta palabra fue acuñada, un ladrón y bandido vagabundo?
De ningún modo.
Al principio y en primer lugar fue el hombre que con el arado de madera en la mano o sobre el lomo del caballo comenzó a colonizar hace más de doscientos años las extensas llanuras y estepas en el este o en las regiones montañosas del noroeste de Argentina, quien desde comienzos del siglo 19 defendió tenazmente al país contra los enemigos externos e internos hasta que se logró la independencia y soberanía política y quien, en sentido étnico, se había moldeado de los conquistadores españoles de los tiempos de la conquista y de la colonización en permanente contacto con la población autóctona indígena de su entorno. Las guerras civiles de varias décadas y las campañas militares contra los indígenas -que perduraron aún hasta aproximadamente 1870- contribuyeron a “desmoralizar” de hecho al gaucho, como escribió nuestro informe alemán del año 1851.
El gaucho había sido en primer lugar un soldado por naturaleza, pero lleno de ideales humanos y políticos, que daba todo de sí por la libertad personal o la de su país y se sacrificaba incondicionalmente. Y cuando se creó la palabra ‘gaucho’ en El Plata, es decir, en la zona de Buenos Aires, me parece más que probable que fuera pronunciada primero en aquellos círculos patricios españoles de la capital que en aquella época aún podían defender con éxito su propio poder frente a los movimientos independentistas de los insurrectos con conciencia nacional. Para el parecer de aquéllos, los gauchos eran precisamente “bandidos vagabundos” que sin hogar y sin patria agitaban constantemente al país. Aun hoy la locución popular ‘andar gauchando’ - ‘vagar sin rumbo y sin un domicilio fijo’- recuerda esta situación a la que el gaucho efectivamente estaba expuesto en su estilo de vida exterior. Y queda claro que la palabra ‘gaucho’ también fue utilizada entonces en las primeras décadas del siglo diecinueve por los ciudadanos cosmopolitas de Buenos Aires, jacobinos, formados en la Revolución Francesa, con pensamiento europeo y actuaban de forma intelectual enciclopedista, en una interpretación conscientemente despectiva, en especial cuando aquellos hombres intentaban defender en vano la forma de gobierno centralista o unitaria frente a las corrientes federalistas de las fuerzas patriarcales, tradicionales e irracionales de las provincias y, con ello, también contra la masa de los gauchos. Pero, - también aquí se dan paralelos en la historia-, el mote se convirtió rápidamente en una denominación honrosa. El hombre de campo y ganadero luchador -estuviera del lado de la capital o de las provincias- portó con orgullo su denominación ‘gaucho’ -como el general gaucho argentino Güemes y sus hombres-, porque recién con esta denominación tomaba conciencia de sí mismo y de su comunidad social, de una clase que en el proceso de formación de la Nación argentina sería de mucha importancia.
Y luego, cuando el gaucho hubo cumplido su tarea, cuando ya estaba consagrado a la muerte como fenómeno social y debió ceder su lugar al criollo de la historia argentina moderna, su imagen resurgió en los vivos colores de la poesía épica y dramática argentina, y en esta poesía se grabó también en el sentido más literal la imagen “definitiva” del gaucho, ya no como representante de una época pasada sino para valer eternamente como arquetipo de la ‘argentinidad’, de la forma de ser argentina en sus formas ideales.
Es confusa la cantidad de obras y ensayos que se ocupan del gaucho como figura literaria. En su 13° año, sólo el Archivo Iberoamericano de abril de 1939 menciona 806 publicaciones que en el sentido lírico, épico o dramático pertenecen a la literatura gauchesca o que asumen una posición crítica respecto a esta literatura (1). Por supuesto que con ello ni remotamente es agotada la bibliografía gauchesca más antigua. Sería imposible dedicarse aquí a esta bibliografía, pero permítanme al menos de pasada reseñar algunas de las obras más importantes de los tiempos más recientes:
Mientras que el libro “Las Corrientes Literarias en la América Hispánica” de Pedro Henríquez Ureña, aparecido en el Fondo de Cultura Económica, Méjico- Buenos Aires, 1949, ofrece un pantallazo corto de orientación general, los dos primeros tomos de la gran historia de la literatura argentina (Historia de la Literatura Argentina) de Ricardo Rojas -última edición Buenos Aires 1948- pueden ser considerados como una descripción exhaustiva de toda la literatura gauchesca, que relaciona el desarrollo histórico de una época literaria con sus contextos geográficos, nacionales y lingüísticos, y que no concibe al gaucho como un fenómeno racial en el sentido materialista, sino como un prototipo ideológico que desarrolló un estado de ánimo propio en el hábitat del paisaje argentino, que reflejó sin par en las obras de su poesía. En la Colección de Textos Literarios, Buenos Aires 1945, 2 edición, Eleuterio P. Tiscornia interpreta con precisión filológica las obras de los tres primeros autores importantes de la literatura gauchesca: Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi y Estanislao Del Campo, mientras que en su obra de dos tomos “Muerte y Transfiguración de Martín Fierro”, Méjico-Buenos Aires 1948, Ezequiel Martínez Estrada interpreta la principal figura de la última y más importante epopeya gauchesca de José Hernández a partir de la gran relación entre el hombre argentino y el paisaje argentino, y con ello ofrece una especie de radiografía histórico-morfológica que en sus trazos esenciales es sin embargo una denuncia de la argentinidad actual.
Un decisivo paso adelante en la interpretación de la figura del gaucho y de su obra representativa, precisamente del Martín Fierro de Hernández, lo dio asimismo, finalmente, el libro del filósofo bonaerense Carlos Astrada, El Mito Gaucho. Martín Fierro y el Hombre Argentino, Buenos Aires 1948, que en su mejor creación literaria pone al gaucho en el desarrollo de contextos indispensables de la psicología social e historia de las ideas, circunscribe estos contextos al ‘paisaje mítico’ argentino y caracteriza desde esta situación el arquetipo del hombre argentino, que nació en el suelo originario de la figura del gaucho y que a futuro determinará el semblante ideológico- espiritual de la Nación argentina.
En su libro “En Torno a José Hernández”, el escritor español José Martínez Ruiz, “Azorín”, a pesar de toda la originalidad lírica de su forma de pensar y de describir, había identificado antiguamente las profundas conexiones entre lenguaje artístico y lenguaje popular, entre poesía artística y poesía popular, entre el Martín Fierro y sus fuentes ideológicas y naturales desde el punto de vista iberoeuropeo. En su libro, Astrada sigue estas fuentes desde el punto de vista sudamericano, pero trasunta la sustancia viva del Martín Fierro del ámbito de la percepción puramente estética de Azorín a la de la ‘realidad mítica’, una apreciación ‘moderna’ que encuentra sus modelos en la psicología de Jung, en la investigación mitológica del científico en religiones Karl Kerényi, y en la obra épica de Thomas Mann (…)
(…) Desde su aparición en el año 1872, del Martín Fierro emanó un fuerte impulso ontológico, lo que precisamente es destacado hoy siempre de nuevo por la crítica, como por ejemplo lo expresa el filósofo argentino Carlos Astrada en su libro El Mito Gaucho:
“Someterse a la ley del propio destino sin traicionarlo y transformarlo, es la mayor exigencia tanto del individuo como de la humanidad, cuando éstos son concientes de su envío y están decididos a concretar el programa de su vida que presupone su simple existencia histórica. En este sentido el inteligente requerimiento de Martín Fierro es una exhortación a los argentinos que nos es transmitido como un gran ejemplo, que satisface absolutamente esta ley en cada uno de sus actos así como en la totalidad de su comportamiento”.
Y en este sentido podemos interpretar también las palabras de Martín Fierro, que lo acompañan en todos sus caminos:
“…firme en mi camino
hasta el fin he de seguir:
todos tienen que cumplir
con la ley de su destino.”
Sopla algo del espíritu de Karl Moor de “Die Rüuber” de Schiller en esta obra. Podría intentarse aplicar las palabras que Schiller escribió 90 años antes de la aparición del poema épico de Hernández y su conocida introducción a los Rduber a la figura de Martín Fierro: “Conceptos erróneos” -escribe Schiller-,
“Conceptos erróneos de obrar e influencia, una magnitud de fuerza que desborda toda ley naturalmente debían frustrarse con las conductas burguesas, y a estos sueños entusiastas de grandeza y eficacia sólo se le podía unir la amargura frente al mundo no ideal, así acabó el singular Don Qujjote, a quien detestamos y amamos, admiramos y compadecemos en el ladrón Moor”.
Si Martín Fierro representa en los hechos una especie de figura de Karl Moor, que debido a un orden superior y a un derecho superior se coloca fuera de las leyes humanas y desafía al mundo “no ideal”. Un “soñado” en el sentido del héroe de Schiller ciertamente no es. Tampoco tiene falsos conceptos de obrar e influencia sino ideas muy reales y sanas de orden social y legal. Su vida tampoco se frustra como la de Karl Moor, en “comportamientos burgueses” conservados por siglos, porque estos “comportamientos burgueses” ni siquiera existen en su ambiente. Contra lo que se dirige es contra la aplicación incorrecta y arbitraria de las leyes, que en la organización de un País naciente lesiona las leyes fundamentales naturales del hombre y lo pone en manos de una burocracia que no creció en el propio suelo. Y Martín Fierro no sólo se defiende de algo que constituye una injusticia sino que lucha por algo que aún no está, que alguna vez será. Su vida no es rebelión contra un orden tradicional sino que es una víctima de la falta de orden que surgió de la colisión de dos mundos. Y mientras que el ladrón Moor reconoce al término de su vida “que dos personas, como él, arruinan y dirigen toda la estructura del mundo de las costumbres, como Moor desde esta perspectiva se presenta ante los tribunales, el gaucho Martín Fierro, a pesar de todos los avatares de su destino, mantiene su fe en la victoria de su justicia. Pero no lucha en vano contra los molinos de viento porque él cree en ello, que éstos caerán por sí solos como sacrificio del tiempo. Del mismo modo que sus hijos y el hijo de su amigo Cruz, desaparece al final del poema épico en el infinito de la pampa, del paisaje argentino:
“Después de los cuatro vientos
los cuatro se dirigieron.
Una promesa se les dieron
que todos debían cumplir;
mas no la puedo decir,
pues secreto prometieron.”
Considero que en estos versos radica la diferencia fundamental con la figura de Karl Moor de Schiller. El ladrón Moor sabe que violó los órdenes de su mundo y él mismo se sujeta a las leyes morales de este mundo. El Gaucho Martín Fierro, sin embargo, le da la espalda al ‘orden’ sin ley de la capital en la conciencia de que la culpa que él carga no es la propia. Su ‘paisaje mítico’, la pampa, lo acoge bondadoso nuevamente. Retorna allí de donde vino, se identifica con el paisaje al que pertenece orgánicamente, que constituye una parte de su esencia y de su ser, y que un día deberá construir el futuro de su país y será. Su época aún no está madura para el orden de hombres libres. Así lleva su legado y, a través de sus hijos, los consejos que les transmite, de vuelta a la silenciosa inmensidad de su país y le confía a este país su “promesa”, su “secreto” que el futuro algún día descubrirá y realizará. Con este obrar de lo más poético y simbólico de Martín Fierro termina la obra. Un velo cubre el destino de este gaucho y de su clase. Esparcido sobre el suelo originario de su país, se convierte en la simiente de un nuevo futuro.
Y en los hechos, cuando Hernández escribió su Martín Fierro, el gaucho como tipo histórico social estaba por desaparecer, no tan perseguido como una persona que era peligrosa para el orden, sino como representantes de una raza inferior que vivía en el interior del país y era despreciado en el mundo cultural europeo de la capital Buenos Aires. Pero sin embargo permaneció vivo en su literatura, y de la poesía épica pasó a la poesía dramática y en especial a la novela de su país y de su continente. Desde el comienzo de la primera Guerra Mundial la crítica reconoció la importancia del gaucho y de su literatura, del gaucho no como individualidad, como quisiera parecer, no como persona con aspiraciones espirituales o teóricas superiores sino como una persona cuya filosofía se constituye modesta y sencillamente de reglas de experiencia prácticas, que encomienda su futuro a la voluntad divina y que sólo conoce el fin de vivir según su propia naturaleza con dignidad dentro de una comunidad social que satisfaga su esencia, la de un hombre de carácter auténticamente sudamericano.
Lo típicamente sudamericano de esta literatura gauchesca es sin embargo aquella relación peculiar de naturaleza y espíritu, aquella síntesis de naturaleza originaria y un mundo fuertemente limitado en lo espiritual religioso, de paisaje americano y en sus bases de espiritualidad íbero-europea. Eso se vuelve especialmente notorio cuando comparamos al Martín Fierro con sus antecesores épicos. Porque en el Martín Fierro se atraviesa la imagen concreta natural de una cultura argentina temprana de forma distintamente fuerte de contenidos concientes éticos-espirituales que en las obras de Hidalgo, Ascasubi y Del Campo. Y así podemos formular nuestro interrogante, planteado anteriormente, acerca del parentesco de esencia y elección con el mundo de Goethe en el sentido de que en esta literatura argentina se repite la misma esencia clásica orgánica que era propia del humanismo de Goethe, y que en esta fuerza vital espiritual-natural de esta literatura podría revivir la cultura griega clásica con contenidos nuevos, originales. ¿O se trata aquí simplemente de una estructura de sentido general que se encuentra siempre al principio, clásica naif, de un grado de desarrollo necesario de la historia cultural, que apareció en la literatura popular argentina del siglo 19 y que hoy en día ya puede verse superada, así como el clasicismo europeo fue reemplazado por tendencias estilísticas modernas?
Sólo queremos formular esta pregunta que otros interpretaron en el sentido de un helenismo futuro sudamericano (véase Víctor Frankl, Goethe e Hispanoamérica; en Revista de las Indias, Num. 110, Bogotá, Julio-Septiembre 1949, p. 208-209), no responderla unívocamente. Pero queremos reconocer de ello que también la literatura gauchesca ocupa un lugar eminentemente importante en la estructuración y desarrollo cultural que recorrió la Nación argentina en los 143 años de su surgimiento.
Damas y caballeros: Se cerró el círculo que condujo de la Enciclopedia alemana del año 1851 a la interpretación del gaucho por Carlos Astrada en el año 1948. Una cadena del desarrollo resurgió ante nuestro ojo intelectual no sólo un desarrollo de la literatura gauchesca misma, partiendo de lo originario, de lo concreto primitivo de este mundo, avanzó hasta las últimas profundidades ideológicas y espirituales de concepciones y formas de expresión poéticas, precisamente de los contenidos originarios psíquico míticos, sino también un desarrollo de la crítica literaria, de una crítica que buscó estas capas profundas del espíritu del gaucho y las utilizó ejemplarmente para la propia imagen del mundo y esencia de la argentinidad. Y esto es lo que les quería mostrar especialmente en mis intervenciones.Alfredo DornheimUniversidad Nacional de Cuyo.Notas:
(1) Compárese de aquí en más la bibliografía de Madaline Wallis Nichols, El gaucho, Buenos Aires. 1953, págs. 115-219
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